«¡Perdonarte! -repliqué anegado en lágrimas; ¿no soy yo la causa de todas tus desventuras?»-
«Amigo mío -me dijo interrumpiéndome,- tú me has hecho sobrado feliz, y si pudiese empezar de nuevo mi vida, preferiría la dicha de haberte amado algunos instantes en un triste destierro, a una existencia entera de descanso en mi patria.»
Al efecto, desnudó al recién nacido, y respirando algunos instantes sobre su boca, le dijo:
«Alma de mi hijo, alma encantadora, tu padre te creó en otro tiempo en mis labios con un beso; ¡ay! los míos no tienen el poder de darte un segundo nacimiento.» Esto dicho, descubrió su seno y abrazó los helados despojos del niño, que sin duda se hubieran reanimado al calor del corazón maternal, si Dios no se hubiese reservado el soplo que infunde la vida.